La última caminata


La pareja caminaba insegura, rumbo a su casa. Con sus ojos y oídos alertas, porque la calle estaba desierta. Era noche de plenilunio y la luna llena empezaba a asomarse entre su cubierta nubosa, e iluminaba toda la escena con su fría luz celeste. La pareja al contemplarla, murmuró nerviosamente, mientras trataba de acelerar el paso. Para tratar de aliviar su inseguridad, el hombre le contó un chiste a su mujer y esta no sonrió. Ella estaba absorta en siniestros pensamientos. Temía por sus vidas, temía que fuesen víctimas de algún delincuente o animal y se arrepentía amargamente de no haber declinado la invitación a la fiesta. Ella sabía que regresarían muy tarde a casa y que la distancia era considerable, además, estaba el puente que separaba un pueblo del otro. No obstante, ella quería complacer a su marido. En ese preciso momento, mientras ella estaba abstraída por su diálogo interno. Ambos escucharon un gruñido que rompió el silencio. — ¿Qué fue eso? — Preguntó la mujer, ansiosamente y con el horror reflejado en su pálido rostro. —Debe ser un perro. — Dijo el marido. —No hay nada que temer. Pero, él sabía que no era un perro, era algo más... más... fiero, grande, no sabía cómo describirlo. Después de media hora de caminata, no volvieron a escuchar el gruñido, pero no podían dejar de sentirse acechados. Solo tenían que atravesar el puente lo más rápido posible y llegarían a casa. Cuando llegaron al puente, escucharon un aullido que les heló la sangre y desgarró el silencio nocturno. El aullido era sobrenatural e intolerable, una mezcla terrible entre lobo y humano. Se quedaron inmóviles y mudos, con los ojos desorbitados y el corazón desenfrenado, a medida que una silueta monstruosa se acercaba a ellos, inexorablemente. En la oscuridad de la noche, ahora la luna estaba cubierta por las nubes, solo vislumbraron a una criatura bípeda, inmensa, robusta y peluda. Las orejas eran grandes y alargadas, como de lobo y emergían de su inmenso cráneo, como antenas que escrutaban la noche. Sus ojos eran rojizos, refulgentes y fieros, como un par de rubíes. Sus fauces abiertas, salivantes y escalofriantes, estaban erizadas de dientes terribles, como estalactitas y estalagmitas de una oscura caverna y prometían una muerte atroz; así como sus terribles garras, curvas, afiladas y aceradas, como garfios de una sala de torturas medieval, que se extendían; anhelantes, hacia la pareja horrorizada. Esa horrible visión, fue la última que tuvieron antes de morir, descuartizados y devorados por un licántropo. Una criatura mitológica, legendaria, sobrenatural; que desafiaba la racionalidad moderna. Una criatura del oscurantismo. La mujer desvió la mirada aterrorizada y buscó refugio desesperadamente en el abrazo de su esposo, mientras sollozaba frenéticamente. El hombre sabía que no había nada que hacer. Solo resignarse y entregarse a una muerte horrible y sobrenatural. Solo hasta entonces, ambos comprendieron que esta era su “última caminata", bajo la luz de la luna.

Alvaro Carrasquel

Crédito: 

André Poffé, Couple in the Street at Moonlight

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